Los estudiantes y los profesores belarusos sobre las protestas de los jóvenes, las represalias y la emigración
21 noviembre 2020, 00:01 | Aliaksandr Nepagodzin, Lenta.ru
Ya van cuatro meses desde que los belarusos opositores a la victoria de Aliaksandr Lukashenka en las elecciones presidenciales empezaron a salir a las calles exigiendo cambios. Un nuevo brote de actividad en las protestas surgió a raíz de la muerte de Ramán Bandarenka, un joven de 31 años fallecido después de la paliza que recibió en Minsk a manos de unos desconocidos. Miles de belarusos salieron para rendirle homenaje, entre ellos los estudiantes y los profesores que siguen a la cabeza del movimiento opositor. En respuesta, el presidente belaruso Aliaksandr Lukashenka prometió buscar una solución «digna de un hombre» respecto a los estudiantes y los profesores que protestan: exigió que fueran expulsados de los centros docentes y enviados a hacer el servicio militar. Lenta.ru, en colaboración con la Fundación solidaria BySOL, que apoya a los belarusos víctimas de las represalias, se ha puesto en contacto con los participantes de las protestas universitarias. Estos han hablado sobre las brutales detenciones, la presión por parte de la dirección de los centros docentes y el exilio.
Sobre las detenciones y arrestos
Anna Pashkiévich. Estudiante de tercer año de la Universidad Estatal de Cultura y Arte de Belarús, participó varias veces en las protestas de los estudiantes. Pasó diez días en los centros de aislamiento, sufrió vejaciones.
Los agentes del AMAP (policía antidisturbios) me detuvieron a escasos diez minutos del comienzo de la marcha. Sucedió en una avenida llena de gente, no tenía escapatoria. Un agente me enganchó con fuerza del brazo y me gritó que no forcejeara. Sin embargo, existe un vídeo donde se ve claramente que yo iba hacia el minibus sin resistirme. A los chicos que estaban dentro les pegaban con porras, les pisoteaban la cabeza y la espalda. A las chicas sólo nos intimidaban, decían que si no contestábamos a las preguntas, no tendrían en cuenta que éramos «tías». Nos amenazaban con expulsarnos: «¿Contentos? Ha sido vuestro último día en la universidad, ahora estáis solos. Os encerrarán 15 días, como mínimo, y os enseñarán lo que es la vida». Hubo muchísimas palabrotas y gritos.
Mi amiga y yo nos tomamos de la mano en el bus porque teníamos miedo. Al verlo, el agente empezó a gritar: «¿Queréis que vuestra unión sea más fuerte?» Sacó un cinturón y se puso a metérnoslo en la cara. Luego las cosas se calmaron: en el furgón que nos llevó a la comisaría del distrito Piershamaiski los agentes fueron correctos. En la comisaría nos abrieron actas en base a los artículos del Código administrativo «favoritos» de los belarusos: 23.34 («Participación en una manifestación no autorizada») y 23.4 («Resistencia a un agente de policía»). Estuvimos dos días esperando el juicio en el centro de incomunicación en la calle Akrestina. Allí llegamos la misma tarde y nos tuvieron mucho tiempo en la calle de cara a la pared, pasamos muchísimo frío.
Escuchamos hablar al encargado del turno y a otro agente de fuerzas especiales: «¿No deberíamos meter dentro aunque sea a las chicas? Sea como sea, son nuestro futuro.» Y el otro le contestó: «¿Que son nuestro futuro? Míralas, no queremos un futuro así».
En el centro de aislamiento había un empleado que se metía con todos constantemente: «¿Qué es lo que no os gusta en este país? ¿Qué queréis? Os mantienen vuestros padres, estudiáis en la pública. No sabéis nada de la vida» De repente me dijo que cantara «Cambios», pero le dije que no conocía la letra. Luego me preguntó: «Bueno, y qué, ¿vive Belarús? A lo que le respondí: «Es evidente que vive». Entonces, empezó a preguntar qué significaba ese eslogan exáctamente. Le respondí que era la estrofa final de una poesía que escribió Yanka Kupala en 1907. Supongo que se esperaba que fuéramos unos «degenerados», alcohólicos y drogadictos, y se sorprendió diciendo que no entendía el porqué había allí unos jóvenes tan inteligentes, todos normales.
Antes, todavía en la comisaría, nos tranquilizaban diciendo que, «chicas, todo irá bien, hay un 99% de probabilidades de que sólo os pongan una multa». Por eso estábamos bien. Sin embargo, a todas las chicas nos condenaron a 10 días de arresto, fue un momento inesperado. A mí me quitaron el cargo por el artículo sobre la resistencia, pero no tuvo relevancia alguna. Da igual que seas exculpado o no cuando los jueces tienen órdenes desde arriba.
Sofía (nombre falso a petición de la entrevistada). Ex estudiante de tercer año de la Universidad Técnica Nacional de Belarús, ha sido expulsada por la participación en la marcha en apoyo a los trabajadores en huelga.
La manifestación más multitudinaria de los estudiantes de la Universidad Técnica tuvo lugar el 26 octubre en forma de una marcha-huelga, en la cual me detuvieron. Yo iba al final de la columna, y hubo un momento en el que estuve a punto de chocar con un agente antidisturbios, entonces me caí. Una chica que pasaba a mi lado me ayudó a levantarme. Corrí unos metros más, volví a caer y, al final, me cogieron. El antidisturbios me ordenó que lo acompañara, a lo que me negué, me enganché con el brazo a un banco y le dije que no pensaba ir con él a ninguna parte. Intenté escapar, me revolcaba sobre la hierba, pero dos agentes me acompañaron al minibus.
Fue una auténtica redada: había ocho minibuses en la avenida de la Independencia a la caza de los estudiantes, de allí salieron hombres vestidos de negro con los ojos desencajados, así que salimos corriendo en todas las direcciónes.
Mientras cazaban a los demás, me dio tiempo a eliminar Telegram y apagar el móvil, por si acaso. Sin embargo, el antidisturbios me exigió que lo desbloqueara. Al negarme tres veces, me lo devolvió sin más. Cuando el minibús se llenó, nos transportaron unos metros y nos cambiaron a un furgón. Allí ya había unas 50 personas. A las chicas nos hicieron sentarnos en los asientos y a los chicos les ordenaron estar de pie en el centro, con las manos sobre la nuca. Los agentes se burlaban de nuestra inevitable expulsión, suponiendo, creo, que apreciábamos estudiar en un centro docente donde la dirección lo único que sabe hacer es amenazarnos con llamar a los antidisturbios a cada protesta que expresábamos.
Me quedé muy impresionada por lo que vi en la comisaría, allí había muchos chicos. Dos de ellos tenían cruces rojas pintadas en la frente: significaba que la persona había ofrecido resistencia en la detención y que se le podía pegar. En la comisaría no nos maltrataron, no nos pusieron contra la pared, tampoco nos dieron de comer. Solamente estuvimos allí sentados durante seis horas, mientras ellos redactaban las actas. A nuestros padres les dijeron que estábamos bien, pero no les dieron las listas con los nombres de los detenidos, alegando que ya no estábamos allí y que no sabían dónde nos habían trasladado.
Había un muchacho en el furgón: golpearon su cabeza contra el asiento. Resultó tener asma y le dio un ataque en la comisaría. Llamaron una ambulancia, lo socorrieron y se lo llevaron. Tuvo suerte. Cuando me estaban tomando la declaración, me obligaron bajo amenazas a mostrar mi galería de fotos y los chats de mensajería. Hablaban como si se les permitiera todo, literalmente se regocijan en su poder y en la impunidad de la que gozan. Había uno que nos puso, todo orgulloso, la canción «Sania se quedará con nosotros», pero eso ya se salía de todo el surrealismo posible. Cuando me cachearon, me requisaron el sujetador, aunque esté permitido dejarlo, además me arrancaron la goma elástica de la chaqueta, a pesar de que estaba cosida. Una chica tenía un piercing de aro en la nariz y no conseguía quitárselo. Le sugirieron arrancárselo para así «parecerse a una marrana».
Por la noche nos recogieron en un furgón con unas pequeñas jaulas, llamadas «vasos». Un agente antidisturbios nos sacaba de dos en dos. Todo el proceso se parecía a cuando llevan el ganado al matadero, la sensación fue horrible. Según nos explicaron, nos trasladaban al centro de prisión preventiva de Zhodzina a pasar allí la noche antes del juicio, para así evitar que volviéramos a la manifestación.
Yo estaba consciente, pero disfrutaba de estar tirada en aquel suelo: por fin estaba tumbada con los ojos cerrados. Los antidisturbios llamaron a los médicos, uno de los agentes me echó agua a la cara con tal rabia que se me taponó un oído, después me levantó. Me dijo que era por haber salido a la plaza. Los chicos también se desmayaban. Yo me quejaba de tener un grave esguince en el brazo, cardenales en las rodillas, las palmas de las manos raspadas y de no haber comido en las últimas 15 horas. Con sorna me respondieron que el ayuno era sano.
No comimos ni bebimos en todo el día y fue muy duro estar de pie de cara a la pared con las manos detrás. Escuché como golpeaban las cabezas de los chicos contra la pared. Hubo un momento en el que sentí que me iba a desmayar y me dejé caer al suelo.
Luego unas mujeres revisaron a las chicas desnudas y nos obligaron a hacer sentadillas, después nos dejaron vestirnos, nos pusieron de cara a la pared y finalmente nos llevaron a las celdas. Éramos 12 para cuatro camastros. Había unas literas metálicas en la celda y un estante con pan duro. Masticamos la molla de ese pan, sin más remedio, y bebimos agua del grifo, dormimos de lado, de dos en dos, en los camastros sobre nuestras chaquetas, despertándonos a menudo, porque en las celdas de los chicos entraban los agentes, los atemorizaban y había mucho ruido.
El juicio se celebró sobre las 14:00 del día siguiente a la manifestación. Duró unos tres minutos. Solicité pagar una multa y admití todos los cargos de participación activa en un acto no autorizado, con tal de no volver al centro de prisión preventiva. Tardaron mucho en soltarnos. Pasaron como dos horas, luego nos hicieron caminar por unos sótanos interminables, puntos de control, hicimos una fila en el patio. Allí vi a un conocido que me dijo que a ellos los habían pegado en todos los sitios menos en el centro de prisión preventiva, y que habían estado 20 en la celda, ni siquiera les habían dado pan.
Sobre la expulsión de los estudiantes
Aliena Zhyvaglod. Cofundadora del proyecto de ayuda a los estudiantes y profesores belarusos «Universidad honrada».
Desde el mes de septiembre, las protestas en las universidades comenzaron a tomar fuerza. Los estudiantes salían a manifestarse junto con los profesores. Llegaron a reunir hasta 300 participantes en cada universidad. Tan solo Minsk contaba con al menos 15 centros unidos a las protestas. En algunos de ellos Lukashenka mandó sustituir a los rectores, se introdujo un nuevo cargo de ayudante de rector en asuntos de seguridad: principalmente lo ocuparon ex agentes de seguridad. En los centros docentes se instalaron agentes antidisturbios con funciones de guardias de seguridad. El cantar en los descansos empezó a considerarse como un sabotaje al proceso educativo con todas sus consecuencias.
El punto álgido de la actividad llegó una semana después de que Tsikhanouskaya anunciara «el ultimátum popular». Los estudiantes y los profesores se declararon abiertamente en huelga. La reacción de la administración en la mayoría de los casos fue instantánea: los participantes fueron detenidos por los actos de protesta y, en cuanto salían de los centros de detención, eran inmediatamente despedidos o expulsados. A los estudiantes de sexo masculino se les entregaban citaciones del ejército, y en las viviendas de los activistas se realizaban registros por los agentes del KGB.
Antón (nombre falso a petición del entrevistado). Ex profesor de la Universidad Médica Estatal de Belarús, dimitió después de la presión recibida al expresar abiertamente su postura política.
Nuestro presidente dijo hace poco que todos los estudiantes que protestan deben ser expulsados. No es de extrañar que al día siguiente los rectores colocados por él empezaran a cumplir la orden. Era una situación curiosa. Me consta que de la Universidad Médica expulsaron a 21 estudiantes, aunque que no existen documentos oficiales confirmando las expulsiones. O sea, arriba recibieron el informe sobre el cumplimiento de la orden, esto tuvo una resonancia en los medios, sin embargo, los estudiantes no pueden recoger su documentación. No sé a qué esperan ni lo que está pasando.
El profesorado está callado, todos tienen miedo de apoyar a los estudiantes, porque incluso a los que ponen su firma en un comunicado abierto se les estigmatiza como «empleados que no son de fiar». En la dirección recogen los datos de esos empleados, después les dan una charla informativa, amenazando con no renovarles el contrato. Auténticas represiones.
Prometen restablecer a los que se arrepientan. Y yo pregunto: ¿de qué? ¿De haber expresado abiertamente su opinión? Está claro que todo el profesorado está en contra. Expulsan a algunos de los mejores estudiantes: educados, sin miedo a expresar su opinión, conscientes de las consecuencias. Muchos de ellos estaban con trabajos científicos, eran estudiantes de sobresaliente. Entre los expulsados hay muchos estudiantes de último año. Antes era muy raro ver que a alguien se le expulsara de la Universidad Médica, ya tenías que haber metido bien la pata, ahora, sin embargo, amonestan por faltar a clase a todo el mundo. A menudo, las faltas son ficticias… ¿Dónde se ha visto que un estudiante reciba una falta y una amonestación y no tenga la opción de justificarse? Igual, el estudiante estaba enfermo… Hay una presión descomunal, todos tienen miedo.
Sofía (nombre falso). Ex estudiante de tercer año de la Universidad Técnica Nacional de Belarús, expulsada por participar en la marcha en apoyo a los trabajadores en huelga.
Acababa de salir del centro de detención de Zhodzina cuando salió la orden de mi expulsión. Expulsaron a todos los que habíamos sido detenidos el 26 octubre: 52 estudiantes. En la orden consta que la causa es «el incumplimiento reiterado de nuestras funciones como estudiantes». El hecho es que ni siquiera en la oficina del decano sabían nada de nuestras expulsiones. El ayudante del rector nos dijo que la orden de arriba decía que se expulsara a los más activos, y que le preocupaba la seguridad de los estudiantes, y que «el campus universitario estuviera libre de política». Eso fue justo después de las famosas declaraciones de Lukashenka.
Pueden revisar la expulsión por la vía judicial, pero no hay muchas ganas entre los estudiantes. Los últimos dos meses sufrimos una serie de humillaciones por parte de todos: desde los guardias de seguridad hasta algunos profesores y la dirección.
La Universidad Técnica, generalmente, ha sido la más pasiva en cuanto a la magnitud de las protestas, y eso teniendo en cuenta que hay cerca de 13 mil estudiantes. Sin embargo, la reacción de la administración ha sido la más severa. Después de la «limpieza» del 27 octubre la actividad de las protestas ha disminuido considerablemente, todos están asustados, al mismo tiempo, las clases se han pasado a la enseñanza a distancia. A pesar de todo, en mi universidad siempre ha funcionado bien el «movimiento clandestino»: el reparto de folletos informativos con preguntas retóricas a la dirección, pegatinas con citas de escritores llamando a la conciencia, impresión de pancartas en apoyo a los trabajadores de las fábricas y de las protestas, intentos de establecer un diálogo con la dirección.
Tsijón Karoukin. Ex estudiante de tercer año de la Universidad Estatal de Cultura y Arte de Belarús, expulsado después de su participación en los actos de protesta, forzado a emigrar a Ucrania.
A finales de agosto, antes del comienzo del curso, nuestro rector fue destituido por su postura permisiva con los manifestantes. Aquello produjo una avalancha de protestas en la universidad: en un principio salimos en apoyo a la rectora. Primero nos reunimos en la entrada de la universidad, y los guardias de seguridad nos echaron fuera. Ahí llegó la policía de la comisaría del distrito Frúnzienski y nos dispersaron. El día 1 septiembre tuvo lugar la manifestación más grande, de unas 100 personas. Llegaron unos enmascarados, nos grabaron con cámaras, después la policía estableció vigilancia.
En nuestra universidad las cosas estaban tranquilas, porque somos pocos los que estamos dispuestos a expresarnos abiertamente. A pesar de eso, en octubre empezaron a expulsar a los estudiantes. Sucedió justo después del nombramiento de la nueva rectora, Natáliya Karchéuskaya. El 26 octubre organizamos un acto sentados en el hall del pabellón principal. Casi de inmediato se nos acercó la dirección y la conversación fue en tonos elevados. Karchéuskaya dijo que se negaba a dialogar con la muchedumbre. Decidimos designar un consejo de comunicación representado por un estudiante de cada facultad.
Al día siguiente me llamaron a la oficina del decano donde me obligaron a escribir un informe sobre dónde había estado el día 26 octubre a las 10 de la mañana y me amonestaron por faltar una hora de clase. La mañana siguiente me despertaron los mensajes de nuestro chat en Telegram: los estudiantes avisaban de que a los que habían presentado el informe no les funcionaban los pases de la universidad. Algunos subieron a la oficina del decano para ver qué pasaba.
Se les mostró un listado de 18 apellidos de estudiantes expulsados por haber infringido gravemente los estatutos de la universidad. No se permitió hacerle una foto. Una hora después recibí una llamada del decano dicéndome: «Felicidades. Está usted expulsado. Siéntase libre de no acudir mañana a clase».
Junto con la documentación en la oficina entregaban la citación para el ejército. Si me hubiera presentado a recoger los papeles y no hubiera acudido después a la oficina del comité militar, me hubieran juzgado primero por la vía administrativa y luego por la penal. Mi documentación la recogió un amigo, fingiendo que era yo. En la oficina están en plan pasota. Supuestamente, la citación fue entregada, pero da igual. Mentalmente yo estaba preparado para un arresto de 15 días, no estaba intimidado. Lo peor era seguir en Minsk después de haber participado casi en todos los actos: los cuerpos de seguridad me tenían fichado. Así que saqué los billetes y me fui a Kyiv.
Iván Túrchanka. Estudiaba en la Universidad Lingüística Estatal de Minsk, cuarto curso. Abandonó el país después de su expulsión, temiendo ser perseguido.
Empecé a salir a las protestas justo después de las elecciones del 9 agosto, primero, en Gómiel, después, en Minsk. Acudí a todas las protestas estudiantiles. Todo iba bien: en la universidad nunca me amonestaron, no escribí ni un informe. Pero en cuanto Lukashenka ordenó la expulsión de los estudiantes que protestaban, entendí de inmediato que me iban a echar, porque había estado en todos los actos masivos.
Cuando Tsikhanouskaya anunció la huelga, decidimos recorrer la universidad con una pancarta grande. Animábamos a la gente a que se nos uniera, aunque se veía que habían faltado muchos por la huelga, el edificio estaba medio vacío. Algunos salían, se unían a nosotros, formamos un grupo bastante numeroso. Salimos en columna hacia la Avenida de la Independencia, visitamos otras universidades de la capital.
Unos días después en Telegram apareció una captura de pantalla con la lista de los que estaban expulsados: luego, una orden con 15 apellidos de estudiantes, el mío entre ellos. Sin embargo, no me llamó nadie desde la oficina del decano. Me enteré así, sin explicaciones. La verdad es que sí me llamó una chica de la dirección y me dijo que le habían insistido que me llevara de la mano a la oficina. Y de pronto añadió: «Por eso espero que muy pronto usted abandone el país». (Se ríe) No creo que la idea fuera la de entregarme una citación para el comité militar. En Minsk quedan muchachos expulsados y todavía no los citaron para el servicio militar.
Decidí no arriesgarme y me fui a Kyiv, ya había oído sobre casos en los que a los estudiantes expulsados se les entregaba la citación en la oficina del decano. El servicio militar en el ejército de Lukashenka es como una pena de muerte.
Margaryta Shysha. Expulsada de la Universidad Estatal Yanka Kupala de Grodna después de participar en la huelga nacional general. Cuarto año.
Comenzamos las protestas a mediados de agosto. Los estudiantes organizaban cadenas vivas en señal de solidaridad con los participantes de las protestas, hacían fotos con pancartas de «está prohibido todo», repartían folletos informativos y solicitaban salir del sindicato y de la «Unión Republicana Juvenil de Belarús», cantaban «Kupalinka», «Guerreros de la Luz», «Tres tortugas» y otras canciones relacionadas con la protesta en el pabellón principal.
En las reuniones con los estudiantes el rector aseguró en varias ocasiones que no habría expulsiones ni despidos a causa de expresarse políticamente. Aparentemente, se le olvidaron sus palabras.
El día de la huelga nacional general, el 26 octubre, los estudiantes intentaron organizar un acto multitudinario, pero solamente consiguieron recorrer bajo la bandera blanca, roja y blanca el edificio principal. Después llegaron los militares y los antidisturbios: en el parque de enfrente en ese momento había una manifestación. Ahora tenemos casi todos los días a la policía de guardia en todos los edificios de la universidad. Durante este tiempo nos dieron varias charlas informativas de prevención, dijeron que infringíamos la ley y los estatutos de la universidad , amonestando a muchos y amenazando con las fuerzas especiales. Conozco a cinco personas de la universidad de Grodna a las que, al igual que a mí, las expulsaron por su postura política. Al menos 20 estudiantes fueron detenidos o severamente amonestados.
Sobre la presión y los despidos
Antón (nombre cambiado). Ex profesor de la Universidad de Estatal Belarusa de Medicina, ha dimitido tras la presión después de haber proclamado su credo político.
Hay mucha presión contra el personal de la Universidad. Es el presidente quien elige a los directivos y sólo él sabe por qué méritos. Cuando empezaron las protestas después de las elecciones, habían reemplazado a nuestro rector. No sé si el anterior había dimitido por su voluntad o le sustituyeron por otro forzosamente. La nueva administración recibió la tarea de apagar las protestas. Y, justamente, la Universidad de Medicina es una de las más activas en las mismas.
Mi historia de dimisión empezó tras la grabación de la alocución de los profesores. No estábamos llamando a nada, simplemente intervinimos desde el enfoque de que cada uno de acuerdo con la Constitución tiene derecho a manifestar su punto de vista. Y que lo que está ocurriendo en nuestro país no es normal, es un desafuero total.
Personas sin señas de identidad pueden detenerte sin ni siquiera presentarse y llevarte a un coche. Y no sabes si tienes que defenderte porque son bandidos, o no, porque son policías. Y nos castigan demasiado fuerte. En ningún país del mundo, pienso, no hay una persecución criminal por desobediencia a los empleados de la policía tan severa como aquí. Imagínense, van por la calle, se para un coche, salen dos personas sin uniforme y te llevan en pleno día. Y si a alguien le tocas y resulta ser un agente de la ley, te meten en la cárcel.
Tras la publicación del vídeo tuvimos una charla sobre la inadmisibilidad de tal conducta. Aunque surge una pregunta: ¿por qué una proclamación contra la violencia se iguala a que te manifiestes contra las autoridades? Después empezaron las protestas en la universidad, las sentadas. Una de ellas la apoyé. Una estudiante estaba sentada junto al rectorado. La llamaron para expulsarla. Después de eso me presionaron mucho, me amenazaron con que iban a controlar a mis compañeros de la cátedra y tengo buenas relaciones con ellos.
Es decir, estaba preparado para que me despidieran. Pero no podía estar observando todo eso tranquilamente. Y me amenazaron con que me despedirían con una sanción según el Código laboral, iban a revisar la asistencia de toda la cátedra de la A a la Z. Teniendo en cuenta que nuestro sistema no es nada ideal, la pandemia (la gente procura estar menos tiempo en la universidad) y los sueldos muy bajos, siempre habrá algo en que reparar. Entonces decidí que me iría yo mismo para que no acosaran a mis compañeros.
Yúliya Safrónava. Profesora de la Universidad Lingüística Estatal de Minsk, está a punto de dimitir.
Mi situación es poco común. Yo estudié seis años en la Universidad con una beca, y ahora debo trabajar en una empresa estatal o privada dos años. Durante este tiempo, de mi sueldo se retiene un porcentaje, y de esta manera compenso los gastos por mis estudios.
Y un día supe que me querían despedir por haber participado en las protestas. Pero yo soy considerada como «especialista recién graduada» y no es fácil despedirme porque la Universidad es el lugar donde tengo que trabajar y responde por mí. La universidad debe buscarme un nuevo puesto de trabajo o despedirme con una sanción según el Código Laboral por incumplimiento de mis obligaciones. Y no pueden hacerlo todavía, tengo sólo una amonestación por participar en la huelga. Si me despiden con una sanción, deberé pagar al Estado una cantidad considerable.
Y decidí que no quiero patrocinar un estado policial. Entiendo muy bien en qué será invertido ese dinero.
Por eso seguiré yendo a las clases y después me recolocaré en otro lugar, donde acabaré estos dos años. Sí, de todas las formas un porcentaje de mi sueldo irá al Presupuesto de la República, pero no será tanto. Además el dinero se me retiene cada mes, y si pago los 10 mil dólares de una vez (y sin eso no me dejan salir de Belarús), este dinero será invertido por las autoridades para sus necesidades. Por eso me quedo en la Universidad, aunque es muy difícil seguir trabajando, muchos se han ido o se han pasado al teletrabajo, cada día nos graban con cámaras los policías, y si los profesores salen a las protestas, nos dan un golpecito en la muñeca y tenemos diálogos postizos con la rectora.
Sobre el exilio
Iliá Shalmánau. Expulsado del cuarto curso de la Universidad Internacional «MITSO» tras haber participado en las protestas.
Me detuvieron el 26 octubre en la protesta junto a la Catedral Roja en la Plaza de la Independencia. Estaba sacando fotos cuando se me acercaron los antidisturbios, me agarraron de la cazadora y me llevaron al autobús. No se andaban con ceremonias. Me dijeron que me vieron en otra protesta el mismo día y me dijeron que no tenía que haber callejeado…
Cuando salí de prisión apareció el riesgo de que se diera comienzo a un proceso penal. Es que soy administrador de uno de los chats de barrio en Telegram, y en aquel momento empezaron a registrar nuestras casas los agentes del Comité de Control Estatal. Por eso, un día cogí mis cosas y me fuí a Kyiv. Después supe que antes del juicio la universidad recibió una carta del Ministerio de Educación con una notificación a la administración sobre mi estancia en el Centro de Aislamiento Preventivo. Se reunió una comisión del rectorado y aprobaron la decisión de expulsarme. Y no fue mi decanato quien me lo comunicó. Lo supe por un chat de Telegram donde se publicó la orden.
Tsijón Karoukin. Expulsado del tercer curso de la Universidad de Cultura y Artes Estatal Belarusa tras participar en las protestas, de manera forzosa se encuentra en Ucrania.
Ahora estoy juntando mis papeles y traduciéndolos al polaco, quiero solicitar la beca del programa Kalinowski. Polonia ayuda a todos los estudiantes belarusos represaliados a continuar sus estudios. Si no sabes hablar el polaco, te envían a un curso de un año y luego te colocan en una universidad. Durante los estudios Polonia te paga una buena beca, unos 300 euros al mes.
También está la Universidad Estatal de Humanidades, forzada a funcionar fuera de Belarús. Ahí los estudios en general son del área humanitaria. Sé que a los estudiantes belarusos represaliados también los acogen Alemania, Letonia y Chequia. En Rusia ha ofrecido a pagar los estudios de los belarusos el propietario de «Uralchim» Dzmitry Maziélin. Pero es muy peligroso ir allí para los reclutas debido a que tenemos una base de búsqueda y captura común con Rusia y existe el peligro de que te deporten a Belarús. Aunque tengo amigos y familiares en Moscú y San Petersburgo, me da miedo ir a Rusia.
Magaryta Shysha. Expulsada del cuarto curso de la Universidad Estatal de Grodna tras participar en la huelga general.
Tengo miedo a que se me persiga, por eso la opción de estudiar en el extranjero es para mí la única posible. Ahora estoy esperando la respuesta de las universidades extranjeras donde he enviado solicitudes. Estoy estudiando la opción de ingresar en la Universidad Europea de Humanidades en Vilna. Ellos están orientados especialmente a los belarusos. También el programa de becas Kalinowski, ya que se hablar polaco. En la Universidad de Humanidades se puede estudiar en ruso. No he pensado por ahora en estudiar en Rusia, además no sé nada de los programas de estudios de Rusia. Antes había contemplado estudiar en San Petersburgo, pero no me decidí.
Sobre el apoyo de los compañeros y familiares
Tsijón Karoukin. Expulsado del tercer curso de la Universidad de Cultura y Artes Estatal Belarusa tras participar en las protestas, actualmente se encuentra en Ucrania.
Al principio de todo, mi mamá tenía mucho miedo por mí. Y la entiendo muy bien, soy el único hijo de la familia. No me dejaba ir a las protestas, por eso no había participado en las protestas en agosto, mamá me hizo irme a la aldea, en la provincia de Gómiel. Pero me fui para cinco días y volví a Minsk. Desde septiembre estuve preparando planes de contingencia para el futuro, había advertido a mamá que me podían expulsar. Cuando eso ocurrió, fue ella quien me pidió irme lo más pronto posible. Ahora mamá me apoya muchísimo, no me lo esperaba. Incluso en lo que se refiere a abandonar el país, aunque entiende muy bien que no podré volver a Belarús con las autoridades actuales.
Yo no podía actuar de otra manera, no podía quedarme de lado observando las mentiras constantes del presidente (desde el coronavirus hasta las protestas), la violencia de los agentes de fuerza contra los manifestantes pacíficos, sobre todo cuando el 9 y el 10 agosto habían hostigado a mis amigos. No había apoyado nunca el poder de Lukashenka porque conozco bien la historia y recuerdo los apellidos de los opositores desaparecidos sin rastro, Yury Zajárenka, Anatoli Krasouski, Víktar Ganchar, el periodista Dzmitry Zavadskí.
Me duele el corazón cuando pienso que en todos estos años Lukashenka se ha hecho con la burocracia, cómo disolvió el parlamento en el año 1996, celebró los referendos que le permitieron obtener más poder y abolió los símbolos estatales.
Como quiera que sea, nuestra primera bandera nacional debe ser registrada, pero ahora no la tienen en consideración por nada e intentan hacer de ella un símbolo enemigo, lo que significa una falta de respeto a su propia historia. Y no importa cómo se utilizara la bandera blanca, roja y blanca en los años 1940. Los monumentos a Lenin siguen en su lugar en todas las ciudades.
Iván Túrchanka. Estudiaba en el cuarto curso de la ULEM. Tras su expulsión abandonó el país temiendo ser perseguido.
Los profesores simpatizaban con nosotros, muchos de ellos participaban en las protestas. Entre ellos la despedida Natáliya Dúlina, ex profesora titular de la cátedra de la lengua italiana que fue condenada a 14 días de prisión por participar en una protesta junto al edificio de la Facultad Jurídica de la Universidad Estatal de Belarús. Claro que la mayoría de los profesores no salieron a las calles, algunos esquivaban los temas políticos. Que si no hace falta hablar, que si dónde van, que si no quieran saber nada, que si debemos estudiar.
También había personajes obsoletos, como el profesor titular Valery Píshchykau que montó un escándalo en público, nos empujó y nos mostró el dedo corazón a los estudiantes. Pero en general, en la ULEM, alrededor de 140 profesores y casi dos mil graduados firmaron una carta abierta en la cual apoyaban a los estudiantes y exigían poner fin a la actitud inhumana de los agentes de la ley.
Nuestras principales exigencias eran: parar la violencia en las calles, celebrar unas elecciones presidenciales limpias y la dimisión de Lukashenka.
Yo nunca me hubiera metidoen política en mi vida, pienso, al igual que el 97 por cientos de los belarusos durante todos los 26 años de nuestra independencia. Pensaba que no había nada que hacer allí, que de todas formas alguien iba a decidir todo por el pueblo. Pero, cuando en noviembre de 2019 se celebraron esas elecciones al parlamento claramente falsificadas, pensé que no podía seguir así. Y luego comenzó la campaña presidencial, y todos se dieron cuenta de la infamia del poder, vieron los resultados falsos de las elecciones, una ola de violencia.
Hace poco en la UCI murió un joven, Ramán Bandarenka. Durante su detención le dieron una paliza, estuvo un día en coma y murió por los traumas recibidos. Y al mismo tiempo reanudaron las represalias contra los estudiantes. Ocho activistas fueron detenidos por los agentes de la ley no en las protestas, sino en sus propias casas.
Muchos estudiantes están arrinconados, se preparan para huír de Belarús. Yo pienso que eso no es normal. No entiendo cómo uno puede estar callado y hacer caso omiso a lo que está ocurriendo en el país.
Mis padres responden de diferente manera a mi actividad. Mi mamá estaba interesada en la política antes que yo. Me enviaba las entrevistas de Víktar Babaryka, Valery Tsapkala, otros opositores. Mamá se encuentra en Belarús y hasta ahora sigue participando en las protestas, se lo toma en serio. Y mi padre, cuando le vi por última vez, me dijo que tenía bastantes problemas y no le interesaban ni las libertades ni los derechos humanos. Lo puedo entender, es cirujano y está luchando contra el coronavirus. Lleva 7 meses así, cada día ante sus ojos muere gente. Es muy difícil.
Aliena Zhyvaglod. Cofundadora del proyecto «Universidad honesta».
En septiembre, al empezar el curso académico, iniciamos el proyecto «Universidad honesta». Los estudiantes se unieron por primera vez para demostrar su protesta contra la actitud del poder. Decidimos apoyarlos en su deseo de ser escuchados. Ya teníamos experiencia de construir un diálogo con las autoridades. Habíamos desarrollado las herramientas de la democracia digital para construir la sociedad cívica en Belarús. Por eso decidimos crear una plataforma para unir a los estudiantes de diferentes centros docentes. Compartimos con ellos la experiencia de una protesta eficaz, ayudamos con carteles, producción de videos, edición de periódicos estudiantiles.
Junto con los defensores de los derechos humanos, fundaciones de solidaridad y diásporas de los belarusos en el extranjero, prestamos ayuda jurídica a los estudiantes y profesores para presentar recursos y quejas contra sus despidos y expulsiones, les ayudamos a recibir prestaciones financieras en caso de quedarse sin beca o plaza en la residencia, buscamos posibilidades para que puedan continuar sus estudios en una universidad en el extranjero. Ya tenemos 290 solicitudes de víctimas de las represalias.
Trabajamos con los gobiernos extranjeros a nivel de las diásporas, también nos ayuda la oposición, Tsikhanouskaya, el Consejo de Coordinación y la Gestión Popular de la Crisis. El mayor apoyo nos lo presta Polonia. Han elaborado un programa de becas para los estudiantes belarusos represaliados.
Nos ayudan mucho los belarusos que se encuentran en el extranjero. Han encontrado plazas para más de 200 estudiantes en centros docentes superiores de Lituania, Alemania, Italia, Estados Unidos y otros países. Las universidades extranjeras aceptan con compresión la situación en Belarús y a menudo están dispuestos a acoger a los estudiantes de manera simplificada y no remunerada. Aunque entendemos que los estudios en el extranjero son una medida extrema y forzada.
Estamos muy preocupados por la fuga de cerebros de las mejores mentes de Belarús. La situación con el coronavirus ahora nos favorece, porque la enseñanza en las universidades europeas es remota. Esto permite a los estudiantes estudiar como si se hubieran ido para un semestre con un programa de intercambio. Esperamos que, tras la dimisión de Lukashenka, todos sean reintegrados y los cursos en las universidades extranjeras se les den por válidos.