17 agosto 2020 | Daria Kostenko, Details
Un mínimo de tres ciudadanos de Israel han sido detenidos en Belarús por las fuerzas de seguridad de Lukashenko durante los últimos días. Dos de ellos tienen también nacionalidad bielorrusa, es decir, no la rechazaron en el momento de su repatriación. Sobre la liberación de uno de ellos, Artiom, han informado a «Details» unas pocas horas antes de esta publicación. Se sabe que ha sido víctima de violencia. Se prohibió a los familiares de los detenidos que hablaran con la prensa, amenazándolos con torturarlos de manera aún peor si lo hacían. Hubo otro israelí torturado, Alexander Fruman, de 40 años. Lo tuvieron en una cámara de torturas durante tres días. «Considero que es mi deber contar a todo el mundo lo que se hace allí», explicó a la redacción de «Details».
Parte 1. Minsk
Alexander Fruman se repatrió desde Minsk en 1998, realizó el servicio militar en la brigada «Guivati», estudió en la Universidad Judía, trabajó en el «Bituah Leumi» [Instituto de seguridad social de Israel – Nota del traductor] y en el Banco de Israel. Vive en Modiín y dirige un equipo de analíticos de datos en la gran plataforma financiera Investing.com
«Estuvimos planeando el viaje a Belarús durante un año», relató Alexander. «Quería enseñarle a mi esposa la ciudad en la que crecí, Minsk. También queríamos ir a la región de Polesie, de donde es mi familia. Mi abuelo sirvió en el Ejército Rojo en 1941 y murió cerca de Moguilov, ni siquiera sabemos dónde está enterrado. Su nombre está en el museo ‹Yad Vashem› [torre en memoria de las víctimas del Holocausto en Israel – Nota del traductor]. Mi abuela se salvó de los alemanes de milagro, muchos de sus hermanos y primos murieron».
La esposa y el hijo de Alexander llegaron a Belarús ya en julio, cuando terminó el año académico en Israel. Estuvieron visitando a familiares de Alexander. El propio Fruman llegó el 7 agosto y alquiló un apartamento en el centro de Minsk para enseñarle a su esposa la capital, en la que pasó su infancia y adolescencia.
El 10 agosto la pareja salió a pasear, este paseo se convirtió en una pesadilla
«Salíamos a pasear por los parques todos los días: es una ciudad limpia y tranquila, no hay problemas. Entramos a una librería grande de la Avenida de la Independencia, compramos tres libros en ruso para nuestro hijo, que mayormente lee en hebreo.
Después vimos que en la Avenida de la Independencia había un autobús amarillo, y, junto a él, un montón de escudos con la palabra ‹Policía›. Me pareció que podía hacer una buena fotografía y lo intenté».
«Inmediatamente salieron del autobús siete policías antidisturbios, me derribaron y empezaron a golpearme delante de mi mujer, y después me lanzaron al autobús. Empezaron a gritar: ‹¿Por qué estabas haciendo fotos?› Traté de explicarles que era una foto artística, pero me respondieron gritando: ‹¡Tú estabas fotografiando el autobús para planificar un atentado!›
Les dije que era ciudadano de Israel y pedí que llamaran a la embajada. En respuesta escuché sólo palabras malsonantes y chistes antisemitas de mal gusto… Me dijeron que no había terminado mi circuncisión y que me la tendrían que ‹repetir›. Me amenazaron con matarme. ‹Si sigues hablando de tus derechos y diciendo que llamemos a la embajada, no saldrás del autobús›.
El autobús estaba aparcado en una avenida del centro de Minsk, y se estaban llevando a todo el que pasaba por allí. Yo sólo podía mirar sentado. Vi a un chico salir de una tienda con una bolsa de tela, y, ¡pum! Se lo llevaron.
Cortaron la acera y la entrada al metro, pero allí había gente que simplemente vive cerca y estaba volviendo del trabajo. Se acercaban a los grupos de antidisturbios y les preguntaban cómo podían pasar para volver a casa. Estos les contestaban: ‹Ahora os lo explicamos›. Agarraban a la gente y empezaban a pegarles.
Delante de mí arrestaron a un pensionista porque llevaba una gorra blanca decorada con un ornamento nacional bielorruso. A quienes discutían, les ataban las manos con agarres de plástico. A los que se resistían les pegaban más fuerte».
Me ayudó mi experiencia de servicio en las Fuerzas de Defensa de Israel
Alexander estuvo retenido en el autobús hasta las 8 de la tarde. Después les dieron una paliza a los arrestados y los trasladaron a un vehículo de transporte de detenidos.
«Aparcaron el vehículo cerca del autobús de manera que no se viera lo que estaban haciendo con nosotros desde las ventanas de los edificios más cercanos. El 9 agosto yo también vi por la ventana algunas detenciones parecidas. Ahora ya sé lo que le pasa a la gente allí.
Cruzas los brazos detrás de la espalda, y te agachas para tener la cabeza lo más baja posible. Te gritan cuándo tienes que salir. Por el camino pasas entre los agentes y te golpean con las porras en las piernas y la tripa, te dan rodillazos en el plexo solar».
«Yo tengo experiencia militar, serví en la brigada ‹Guivati› a principio de los 2000. Quería ir al Líbano en el 2006, allí murió mi mejor amigo… Y mi experiencia me ayudó. Recordé cómo encajar los golpes para minimizar los daños. Un agente quiso darme en el plexo solar, pero me reagrupé de tal manera que no pudo golpearme. Y enseguida me aporreó.
Nos dieron una paliza y nos lanzaron al vehículo. A la derecha y a la izquierda hay «vasos», unas celdas pequeñas donde cabe una sola persona. Detrás hay un espacio para cuatro personas, pero allí había diez de nosotros, apretados los unos contra los otros. Escuché a una mujer gritar mucho en un ‹vaso› cercano: ‹¡Tengo problemas de corazón, abran!› Y los agentes se reían y le dedicaban insultos malsonantes.
En el mismo vehículo iba un chico que vio cómo la detenían. Ella, abogada, había sido profesora en la Universidad Estatal de Belarús, y a sus 51 años había votado a Lukashenko en las elecciones. Su marido y ella tienen una tienda en un centro comercial cerca de la avenida, se dirigían hacia allí. Al ver a los antidisturbios, su marido preguntó en broma: ‹¿Por qué no se puede pasar para allá, es que allí hay coronavirus?›
Algunos agentes se abalanzaron sobre el hombre, empezaron a darle golpes, lo lanzaron al vehículo de detenidos. La mujer salió corriendo detrás de ellos intentando defenderlo. Entonces algunos alumnos de la Academia del Ministerio del Interior que estaban ayudando a los antidisturbios se lanzaron sobre ella y le dieron una paliza. La pegaron en la cara, en la cabeza, siguieron dándole patadas hasta cuando ya estaba en el suelo…»
Si existe el infierno, «Okrestina» es todavía peor
A los detenidos los llevaron a la Oficina de Asuntos Internos del distrito Sovetski, en Minsk. De camino iban rezando, según dice Alexander, para que no los llevaran a otro lugar: el tristemente famoso en Belarús centro de aislamiento de delincuentes de la calle «Okrestina» en Minsk. Coloquialmente lo llaman «Okrestina», y a este edificio se lleva a los detenidos en las protestas. Esto es lo que dice Alexander de este lugar:
«Okrestina es una cámara de torturas. Existe el infierno, pero, según dicen, Okrestina es peor. He escuchado historias de cómo destrozaban los anos de los hombres. Los hombres que salen de allí no dicen nada, sólo lloran. He reunido muchos testimonios de este tipo».
En los medios bielorrusos ya han aparecido noticias sobre casos de violencia sexual contra los arrestados. De este modo, Timur M., de 16 años, que está ahora en la UCI del hospital infantil número 3 de Minsk, relató a sus familiares que a uno de los hombres arrestados le habían introducido una porra en el intestino grueso. A otro arrestado, un adolescente de 14 años, lo golpearon en la entrepierna. Al propio Timur le metieron la porra por la boca, intentaron sacarle los ojos, le propinaron una descomunal paliza, dice TUT.BY.
Cuando sacaron a los detenidos del vehículo junto a la oficina de asuntos internos del distrito Sovetski, les dieron una paliza más. Los colocaron agachados de cara a la pared con las manos detrás de la espalda y siguieron torturándolos. Según Alexander, junto a él torturaron a 61 personas más. Golpeaban a los detenidos por el más mínimo movimiento, aunque no pudieran seguir de pie por el dolor, el cansancio o las heridas.
«Estuvimos de pie, agachados de tal manera que la cabeza estuviera al nivel del estómago. Las manos levantadas y abiertas, los pies separados al doble de distancia que los hombros. En cinco minutos en esta posición se duermen las piernas, las manos, duele la espalda y la columna vertebral. El jefe del departamento de asuntos internos del distrito Sovetski estaba personalmente a cargo de las torturas.
Él mismo golpeaba a la gente con especial ensañamiento. Junto a mí había un joven con una mano rota e hinchada. Ya no podía sostenerla en alto. El jefe del departamento se acercó a él y, con palabras malsonantes todo el rato, le dijo: ‹¿Qué te pasa? ¿No te ha quedado claro que tienes que levantar las manos?› El chico le contestó que no podía porque la tenía rota. Entonces el jefe lo agarró de la mano, tiró bruscamente hacia arriba y le dio un golpe con el muro. Después lo reconocí en una fotografía de la página web del Ministerio del Interior», dijo Alexander.
«Details» ha encontrado los datos y las fotografías de esta persona: el jefe de departamento de la oficina de asuntos internos del distrito Sovetski de Minsk, Sergei Leonidovich Kalinnik.
«Él gritó: ‹¡Ah, eres el ciudadano israelí!› – y me pegó con la porra en la tripa»
Después de escribir los protocolos se les retiraron los documentos y enseres personales a los detenidos. Todo este tiempo Alexander mantenía que era ciudadano de Israel y pedía que llamaran a la embajada, pero sólo recibía chanzas y burlas como respuesta.
Después de esto se trasladó a los arrestados al patio interior del edificio, donde se les obligó a estar de pie con las manos detrás de la espalda, inclinados sobre un alambre de espino. El alambre estaba colocado en el suelo de tal manera que cualquier golpe te podía tirar sobre las espinas. Pegar pegaban por cualquier movimiento.
«Te colocan junto al muro en una postura muy incómoda, y tienes delante un alambre de espinas. Si te caes, te da en la cara. Nos daba pánico movernos. Hasta por intentar mover una pierna entumecida te daban golpes con la porra. Gracias a dios, nadie se había caído.
Había un trabajador altísimo, llevaba casco y máscara, por lo que no se podía identificar. Le gritaba a la gente que bajara todavía más la cabeza y le pegaba a todo el mundo. Vi que se me acercaba e intenté bajar la cabeza lo máximo posible. Pensé que no me tocaría, pero me golpeó igualmente.
Entonces le dije que yo era ciudadano de Israel y que exigía que comunicaran sobre mi presencia a la embajada. Y él me gritó: ‹¡Claro, ciudadano de Israel!› y me pegó con la porra en el estómago. Si me hubiera callado, no me habría llevado ese golpe. Después se volvió a sus compañeros y les dijo: ‹Mirad, ¡tenemos a un ciudadano de Israel! ¡Han venido a destrozarnos el país!›»
«¡A la mínima, disparamos en el acto!»
En el patio de la oficina nos dijeron: «Estáis en un edificio de alta seguridad. A la mínima disparamos en el acto».
«Así estuvimos de pie hasta las 4 de la mañana. Alrededor de las dos nos dieron una botella de agua para todos. No podía saciar mi sed, porque entonces dejaría a otras personas sin agua. Por eso salté mi turno: en primer lugar, para que los demás tuvieran más; en segundo lugar, para no tener que ir al baño».
Según Alexander, cuando llevaron a los arrestados al baño con los escoltas empezaron a jugar al poli bueno y el poli malo.
«El que te lleva al baño te habla de forma educada, te pregunta a quién puede llamar para informar de la detención, como si fuera bueno y quisiera ayudar. Le pedí a mi escolta: ‹Llame a la embajada, por favor›. Y me contestó: ‹Por supuesto, la ley marca que lo hagamos›. Entonces me emocioné tanto que le dije: ‹Pondré una nota en el Muro de las Lamentaciones por usted y su familia›. Pero no llamó a ningún sitio, era sólo una actuación. Entendí que empezaba a tener ‹síndrome de Estocolmo› con él y detuve esos pensamientos».
«Hacía un frío insoportable»
Desde el patio de la oficina se oían explosiones y disparos junto al hipermercado «Riga», que se encuentra muy cerca – aquel fue uno de los centros de las protestas la noche del 10 al 11 agosto, pero sólo yo, que había sido soldado, reconocí los sonidos. Para los bielorrusos era la primera vez que los oían.
«Se oían explosiones y tiradas de disparos. Yo, como antiguo militar, me di cuenta enseguida de que eran granadas aturdidoras y balas de goma. Intentábamos hablar a susurros entre nosotros. Todos se sorprendieron mucho cuando expliqué lo que estaba pasando».
Antes del amanecer la temperatura bajó hasta los 10 grados centígrados, pero seguíamos en el patio.
«Yo llevaba una camiseta y unos shorts vaqueros hasta la rodilla. La temperatura cayó y yo tenía un frío horrible. Después nos permitieron sentarnos en el asfalto con las manos detrás de la cabeza, pero sentado en el asfalto a 10 grados te da aún más frío.
Yo soy un hombre, he visto muchas cosas en la vida, puedo arreglármelas en situaciones similares. Pero estaba con nosotros esa mujer de 51 años, Natalia, y estaba haciendo lo mismo que nosotros… No sé cómo lo soportaba…
Esperábamos el amanecer como la llegada del Mesías. Teníamos un frío tremendo».
Alexander cuenta que en el patio había también con ellos una persona con una minusvalía mental bastante grave que se comportaba «como un niño de seis años». Su nombre era Artiom Shimanski y hasta ahora, el momento de publicar este artículo, sigue en prisión.
«Cuando le ordenaron levantar las manos dijo: ‹No quiero, estoy cansado, ya no puedo seguir en esta postura›. Por estas palabras le dieron una paliza con las porras, lo castigaban más que a nosotros. Todos veíamos que no estaba bien y por eso actuaba así. No entiendo cómo los policías no lo entendían, para mí era un misterio.
Después salió el sol, empezó a subir la temperatura, ¡qué alegría nos dio! Nos permitieron sentarnos en el asfalto de nuevo, incluso apoyarnos con las manos, pero nos ordenaron que miráramos solo hacia delante. Nos relajamos. Y este chico, Artiom… Todo el tiempo se volvía y sonreía. Como si estuviera de aventura. Y entonces nos castigaron a todos por su desobediencia. Nos obligaron a levantarnos y a inclinarnos de nuevo y nos tuvieron así una hora. Un castigo colectivo por el hecho de que un chico con retraso mental no les hizo caso».
Según dice Alexander, estando en el patio oía como dentro del edificio estaban torturando a la gente que habían arrestado aquella misma noche junto al hipermercado «Riga», donde trataban de levantar barricadas.
«Se oían gritos aterradores y golpes muy sordos de las porras contra los cuerpos. Los antidisturbios descargaron toda su ira contra esta gente, y seguramente eso fue lo que nos salvó de que nos torturaran todavía más».
Parte 2. Zhodino
«Son unos verdaderos agentes de la Gestapo»
Alrededor de las 11 de la mañana empezaron a llevarse a los arrestados a la cárcel que se encuentra en la ciudad de Zhodino de la provincia de Minsk. Nos llevaron en dos vehículos. Los agentes antidisturbios que dirigían el proceso pusieron en uno de los vehículos a todo aquel que tenía alguna diferencia física: aquellos con ornamentos nacionales bielorrusos, los chicos de pelo largo, con tatuajes. Según dicen, en este vehículo las torturas eran peores. Pero también lo que pasó Alexander en ese traslado recuerda más que nada a las prácticas de la Gestapo.
«En el vehículo de transporte de detenidos, la gente estaba apilada una encima de otra. Debajo de mí perdió el conocimiento un chico. Pasó del siguiente modo: se puso de rodillas con las manos detrás de la espalda, la espalda encorvada y la cabeza apoyada contra el suelo. Me puse detrás de él, también de rodillas, y me caí encima.
A los hombres de aspecto más fuerte les ataban las manos con tiras de plástico, tan fuerte que se les ponían las muñecas moradas. Algunos conseguían estirar un poco las tiras, pero si los agentes lo veían, les daban una cantidad increíble de golpes en la espalda».
Según dice Alexander, el traslado a Zhodino para él fue el peor momento de todo el arresto.
«Perdonad por los detalles, pero un chico se defecó encima. Creo que estaba justo delante de mí. Estábamos todos ya casi sin aire, unos encima de otros, nos dolían las rodillas, el vehículo saltaba por los baches… Y de repente ese olor. (…) Y además en el vehículo estuvieron jugando con nosotros al ‹karaoke». Nos ‹pedían» una canción y teníamos que cantársela. Nos ‹pidieron» la canción ‹Cambio» de Tsoi, así como canciones de Stas Mikhailov [canciones asociadas con las protestas – nota del traductor]. Nos negamos a cantarlas, dijimos que no nos sabíamos la letra.
A los que se quejaban empezaban a golpearlos. Además, si un agente no podía llegar a la persona a la que quería darle con la porra, se ponía de pie sobre las espaldas de los demás detenidos para alcanzarlo».
«Se puso de pie con una bota en mi espalda y otra en la de un detenido más. Y no slo se puso de pie, no me hubiera dolido tanto. No, nos estaba clavando las botas en la espalda a propósito, girándolas para que nos doliera más. Me di cuenta de que era mejor no hacer ningún ruido, aguantar una hora más. Pero los escuchábamos e intentábamos recordar lo que decían. A veces cometían errores, como llamarse los unos a los otros por el apellido. Yo recuerdo un apellido del traslado a Zhodino: Shabunia».
«¿Recordáis que en la serie ‹Juego de tronos› Aria Stark repetía todo el tiempo los apellidos y nombres de las personas que debía matar? Yo, por supuesto, no voy a matar a nadie, pero adopté también este sistema. Me repetía a mí mismo todo el rato los apellidos que había escuchado. Y algunos otros también lo hacía. Creo que es muy importante».
«Os van a violar en la cárcel»
«De camino a Zhodino empezaron a asustarnos con que allí está la cárcel más horrible del mundo. Nos decían: ‹Ahora os van a echar a las celdas con unos delincuentes que os van a convertir en sus muñecas›, ‹no vais a salir de ahí, podéis despediros de vuestras vidas›. ‹Lo que os estamos haciendo nosotros no es nada, en Zhodino os vais a c*gar…›».
«Los más jóvenes empezaron a llorar de miedo… Un chico de 20 años me preguntó qué hacer cuando lo torturaran para que le doliera menos. Yo le dije: ‹Lo más importante es que no tengas miedo, porque duele todavía más si estás asustado. Tienes que intentar desconectar la mente›. Ho tengo 40 años y puedo hacerlo, pero él tiene 20 y no у capaz».
Según las palabras de Fruman, a la entrada al centro de detención de Zhodino había un atasco de hora y media de vehículos de detenidos. Al final los escoltas permitieron a los detenidos sentarse en el suelo, pero a Alexander le dolía estar sentado en cualquier posición por los golpes que se había llevado. Nos ha contado la «preparación psicológica» que llevan los antidisturbios y cómo explicaban las barbaridades que cometían.
«Nos sentamos un poco más cómodamente y empezaron a hablarnos. Los antidisturbios nos explicaron lo malos que éramos nosotros y lo bueno que es Lukashenko. Nos dijeron que nos pagaban 150 dólares a cada uno. Además, los miré a los ojos, ¡vi que se lo creían de verdad!
Después empezaron a explicarnos por qué eran tan crueles. Nos contaron un cuento sobre los 100 ‹policías antidisturbios› que estaban en el hospital con la cabeza abierta y que tenían que vengarlos. Yo creo que les mintió a propósito para enfadarlos más (no se han podido confirmar estos datos de ningún modo – nota de la redacción de «Details»)
Yo empecé a hablarles del ejército israelí, pensé en entretenerlos para que no nos torturaran. Les hice preguntas sobre sus finanzas, cuánto ganaban, cuánto necesitaban para vivir. Intenté desviar su atención de los otros chicos más jóvenes para que no preguntaran nada que pudiera enfadarlos de nuevo».
En la «trena» oí por primera vez una voz humana
Según nos dijo Alexander, al llegar al centro de detención de Zhodino, los arrestados pudieron tomarse un respiro. Los trabajadores de la cárcel los trataron mucho mejor que los antidisturbios.
«Los trabajadores de Zhodino no nos pegaron en absoluto, no recibí ningún golpe. Fuimos corriendo por el pasillo y acabamos en un pequeño patio interior que estaba cubierto por una rejilla. Había un vigilante arriba. Aquella fue la primera vez que escuché una voz humana, sin gritos ni palabras malsonantes. Nos preguntó: ‹Chicos, ¿todo bien? ¿Tenéis alguna queja? Ahora os traigo un cubo por si alguien quiere ir al baño. Esperad media horita y os distribuimos en las celdas, por favor, allí estaréis más tranquilos›. Entonces pudimos respirar».
En la celda de Alexander, diseñada para ocho personas, había 16 hombres. Todos eran participantes de las protestas, se habían llevado de allí a los criminales y, por lo visto, lo habían hecho de prisa y corriendo: los detenidos encontraron en la celda un buzón muerto en el que había unas cuchillas y una hoja de cuchillo. Para curarse de espantos, lo tiraron todo por el váter.
De día la temperatura de la celda alcanzaba los 30 grados. Los detenidos se pusieron de acuerdo en tener una buena higiene, se lavaban el cuerpo con agua varias veces al día. Tenían cuatro literas de dos pisos para 16 personas. Para poder dormir todos por la noche, limpiaron el suelo y pusieron mantas.
«Teníamos mucha solidaridad los unos con los otros. En nuestra celda los mayores éramos yo y otro hombre, Andrei, que tenía 35 años. Intentábamos ayudar a los chicos a organizarlo todo. El primer día nos echamos a suertes dónde íbamos a dormir: a ocho le tocaron las camas, a los demás, el suelo. A la noche siguiente, nos cambiamos. Yo era el de menor estatura, mido 1.70 por eso desde principio me ofrecí a dormir encima de la mesa para dejar espacio a los demás.
En nuestra celda estaba aquel chico de la minusvalía, Artiom Shimanski. Lo ayudábamos a lavarse todos los días para que no tuviera calor, porque se rascaba hasta hacerse sangre si pasaba calor. Le hablábamos mucho para que se sintiera incluido. Creo que nunca en su vida había tenido tantos amigos…
Comimos por primera vez el día 12 por la mañana. Artiom comía mucho, puede que por su enfermedad. Para que no pasara hambre les decíamos a los guardias que en nuestra celda había una persona más, y nos traían otro plato.
Hicimos unas damas y unos dados de pan. Hablábamos mucho: de historia, de filosofía. Yo les contaba a los chicos batallitas del ejército… Había muchas personas muy inteligentes. En la cárcel conocí a bielorrusos muy dignos con profesiones muy distintas.
Conocí a un periodista polaco llamado Kasper. Era un políglota, sabía muy bien ruso y otros idiomas. Hablamos de filosofía, de cultura… En el departamento de asuntos internos del distrito Frunzenski le dieron una paliza terrible sólo por ser polaco: ‹Vosotros, los polacos, habéis venido a arruinarnos el país. En Europa sois todos unos gays, m*ricones. ¿A qué venís?›, le decían.
Después, ya en Zhodino, vinieron a la celda a por Kasper dos hombres con maletines. No dijeron de donde, pero era obvio que eran de los servicios de inteligencia. Se lo llevaron para hablar con él. Le dijeron que a los bielorrusos les caen bien los polacos, en realidad. Intentaban convencerlo para que no hablara de lo que había visto, pero él les respondió: ‹De eso nada, ¡lo voy a contar todo!› – y lo devolvieron a la celda».
«Nos obligaban a gritar: ‹¡Lukashenko es el mejor presidente!›»
Las peores torturas las habían pasado precisamente los vecinos de celda de Alexander que habían pasado la noche en el distrito Frunzenski.
«Me quejaba de haber estado a cuatro patas, y ellos habían estado tumbados en el suelo mientras les daban patadas y los obligaban a gritar: ‹¡Lukashenko es el mejor presidente!›», relata Alexander.
El 13 empezaron a llevarse a los detenidos al juicio. Los jueces, según cuenta Alexander, «no escuchaban a nadie, sólo firmaban las sentencias». Los detenidos acabaron con las condenas estándar de un arresto administrativo, entre 5 y 15 días. Sin embargo, nadie fue a buscar a Alexander. Y pasaron las 72 horas que se puede tener retenido a un ciudadano extranjero.
«Yo llamé a un policía y le pregunté: ‹Oye, ¿y yo qué? Dentro de dos horas me tendréis que soltar por Ley›. Y me dice: ‹Contigo ha pasado algo raro, se han perdido los documentos›. Y entendí que saldría pronto…
¡Ahora quieren fingir que yo no estuve allí! Se ve que pensaron que tenía doble nacionalidad, de Israel y Belarús. En este caso, las autoridades pueden decir: ‹No sabemos nada, este es ciudadano de Belarús› – y hacer conmigo lo que quieran. Pero yo sólo tengo nacionalidad israelí, rechacé la bielorrusa en el 2002. En cierto momento me arrepentí de ello, pero ahora me ha salvado.
En las cárceles bielorrusas puede haber otros israelíes que no hayan rechazado la nacionalidad bielorrusa.
Yo casi no conozco a ciudadanos de Belarús que hayan rechazado la segunda nacionalidad», dice Alexander.
«Nos buscamos en Instagram»
Cuando vieron que iban a liberar al israelí, sus vecinos de celta le escribieron listas detalladas con sus apellidos, los teléfonos de sus parientes. Por la ventilación se podía hablar con los vecinos de otras cámaras que también le dieron sus datos.
Alexander se puso de acuerdo con sus compañeros en que se buscarían tras ser liberados a través de Instagram.
«Nos inventamos unos hashtags propios para poder encontrarnos después en Instagram. #PN27PN con letras latinas – ese es el hashtag de los chicos que estaban conmigo en el vehículo de traslado de detenidos, el de nuestra celda de Zhodino: #жодино26ожидайте. Nuestra celda era la número 26. Y ‹ожидайте› (‹esperad› – nota del traductor) – fue la palabra más graciosa que escuchamos allí».
Alexander Fruman fue liberado, pero, tal y como sospechaba, le dijeron que habían perdido su pasaporte.
«Ahora estoy sin pasaporte. Mañana o pasado la embajada de Israel me dará uno nuevo. Lo raro es que lo vi en la mesa de la oficina del distrito Sovetski, era el único de ese tipo, lo reconocí de lejos. Resulta que las autoridades bielorrusas primero secuestraron a un israelí y después le robaron su documento identificativo».
Antes de ser liberado, Alexander pasó dos horas buscando sus pertenencias entre las de los demás detenidos.
«Había seis habitaciones, y en ellas: montañas de cosas. Teléfonos, cordones, zapatos, mucho dinero, tarjetas de crédito… Lo más sorprendente fue que encontré mis tarjetas bancarias y mi dinero. Muchos billetes de distintas divisas».
En total el israelí pasó detenido 78 horas. Lo liberaron junto al periodista polaco.
«Nos sacan por la puerta de la cárcel. Kasper estaba al lado. Lo cogí del hombro y le dije: ‹Kacper, ¡somos libres!›. Vi que ya lo estaba esperando el embajador polaco. ¡Y el israelí no estaba!
Me quedé sorprendido. A mis vecinos les decía todo el rato que era de Israel, y que los míos matarían por mí. Les hablé de Naama Issachar y se sorprendieron de que se esforzaran tanto por una chica. Pero no vino nadie de la embajada israelí a por mí.
A las puertas había alrededor de 500 personas. Vi que todas me enseñaban sus teléfonos con fotografías de sus parientes y seres queridos desaparecidos en las pantallas».
Las fuerzas de seguridad bielorrusas no avisaban a los parientes de los detenidos de dónde se encontraban éstos, no sacaban listas, y muchos bielorrusos todavía no saben dónde están los suyos. Los únicos que recopilan esta información son los defensores de los derechos humanos, pero las autoridades no suelen querer cooperar con ellos.
«Decidí pasarme por todo el mundo y mirar todas las fotos. Y las miré todas. Reconocí a dos».
Al final de nuestra conversación, Alexander compartió con «Details» una observación personal más.
«Yo serví tres años en la brigada ‹Guivati› y otro medio año en el ejército profesional. Estuve en el batallón 435 de ‹Rotem›, pasé tres años en Gaza, Gush Katif y lugares cercanos. Nosotros trasladábamos a los detenidos palestinos. En Gaza murieron el comandante de mi pelotón y el experto en telecomunicaciones, y a los dos meses arrestamos a los terroristas que los habían matado y los trasladamos. Pero nunca en la vida nos habríamos permitido hacerles a esos terroristas ni una décima parte de lo que hicieron los antidisturbios bielorrusos delante de mis ojos».
En lugar de un epílogo
Alexander Fruman y su familia siguen en Belarús. Él continúa hablando con los medios de comunicación. Considera que es su deber relatar al mundo lo que ocurre en las cárceles bielorrusas. Los parientes de Alexander lo han trasladado ahora a un lugar seguro.
Esperamos que el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel ayude a los israelitas con doble nacionalidad que siguen a día de hoy en las cárceles bielorrusas.