15 septiembre 2020, 08:50 | Daria Klyuiko, LADY.TUT.BY
Hoy el soprano de Margaryta Liawchuk se oye más no en los teatros, sino en defensa de los que, según ella, hoy necesitan apoyo. Margaryta se convirtió en una activista de las protestas pacíficas y de los proyectos socio-culturales. Hace poco el músico Paviel Arakelian había grabado un video con la versión de jazz de la canción popular «Mury» (versión en belaruso de la canción «L’estaca» de Lluís Llach Grande, comentario de la traductora). Entre los artistas, LADY reconoció a Margaryta. Decidimos hablar con la diva de la ópera sobre su carrera profesional, su retirada del Teatro de ópera y ballet «Bolshoy» de Belarús y sobre cómo ha cambiado su vida desde que ella empezó a manisfestar en público su actitud cívica.
Margaryta, felicidades por el reciente estreno. ¿Puede contarnos cómo fue la grabación?
El video se grabó unas semanas atrás, cuando Dzianis Dudzinky todavía estaba en libertad y a Paviel Latushka no lo habían exiliado. Yo con mucha alegría acepto participar en estos proyectos, «mini-eventos».
Viendo sus redes sociales, a usted le gustan mucho los experimentos musicales.
Yo desde niña he estado abierta a todo lo relacionado con la música. Siempre digo: no sé hacer nada más en mi vida, sólo cantar. (Sonríe). Me parece interesante una canción, la pruebo. Aparece una propuesta buena, la apoyo. Pero no quiero abandonar la ópera. Y no lo voy hacer, al fin y al cabo, soy una cantante lírica académica. La ópera es mi profesión, y los demás experimentos artísticos son mi afición. A los cantantes de la ópera los profesores desde el primer curso les inculcan que todo, excepto la ópera, es malo. Por ejemplo, cantar en las cover-bands. Claro está que si estabas toda la noche cantando en un grupo de covers y a las diez de la mañana tienes una clase de especialización en la Academia de Música, la voz no suena nada. Yo me ganaba mi dinerito antes en estos grupos, así que entiendo lo que ocurre. Pero no hace falta renunciar a otras corrientes musicales, esto huele un poco a esnobismo. A decir verdad, no todos los cantantes de ópera pueden cambiar fácilmente al canto popular o de variedades. Es difícil.
¿Y fue difícil entender que la canción lo es todo para usted?
Apenas nacida, comentaba mi madre, estuve dos días gritando con tanta fuerza que me la traían diciendo: «Aquí está su cantante». Ahora le digo: «Mamá, no estaba gritando, estaba preludiando, es que nadie lo entendía.»
Cantaba desde niña. Todo el mundo se enternecía: «¡Ay, qué bonito!» Con el abuelo cantábamos junto al horno. No necesitaba ni escenarios, ni público, ni otros atributos y signos providenciales para entender que simplemente a mí me gusta cantar. Estamos cantando con el tata junto al horno, pues este es mi concierto. No se imagina cuantos conciertos tuvimos.
Cuando está con los amigos, ¿suena a menudo «Margaryta, canta»?
Me lo dicen, sí (Se ríe). Si se trata simplemente de cantar juntos una canción de sobremesa, no hay problema. Pero a veces me piden que cante un aria de ópera: «Guay, ¿puedes?». Esto me revienta. Pero lo convierto en broma. Pregunto: «¿En qué trabajas? ¿Peluquera? ¿Puedes ahora mismo arreglarme el pelo? Hace tiempo quería un cambio de estilo, ¿lo hacemos aquí?»
Su carrera fue bastante rápida y exitosa. ¿Tropezó con algún estereotipo?
No fue tan rápida. Voy a cumplir los 30. No puede imaginarse cúanto estudié para llegar a ser lo que soy ahora. Cinco años en el colegio de música, siete años en la Academia de Música. Mis padres son gente simple, nunca habían sobornado a nadie para impulsarme. Aunque también me acusaban de que mis padres «me compraron» mi lugar en «Gran ópera» (un show popular en el canal de TV «Rossia-Cultura» donde Margaryta participó en el año 2017, comentario de la redacción).
Siempre tenía que salir adelante gracias a mi trabajo, voz y talento. Y la envidia no me importa, la verdad está de mi lado. Aunque me he perdido en los ligues que me han atribuido.
¿Y con quién?
Con los directores de orquesta, en general. Trabajé con un director, anda, ya estás con amores. Incluso me enfadaba: «¿Y porqué no con el director del teatro?» Decían que estoy con el pintor Vladzimir Kandrusievich que me pintó. También con los compañeros del teatro.
Cuando me cuentan mis historias de amores, siempre estoy de acuerdo y nunca protesto. Digo: «Sí, estamos juntos. Vivimos ya juntos desde hace cinco o seis años. No me acuerdo bien». (Se ríe).
No puedo evitar la pregunta sobre el «Bolshoi». En marzo de 2020 se fue. Hubo muchos comentarios sobre su dimisión. Y mi pregunta es, ¿porqué entró a trabajar allí hace cuatro años?
Porque me gusta Belarús y quiero trabajar aquí, quiero cantar aquí. No quería ni quiero irme de aquí. Y espero que un día, cuando llegue la vida nueva, volveré con gran alegría al teatro con una nueva dirección. Cantar en el Teatro «Bolshoi» de Belarús siempre había sido mi sueño dorado. Cada día de regreso a la residencia de la Academia de Música pasaba junto al «Bolshoi» y pensaba que tenía muchas ganas de trabajar allí.
Bueno, mis sueños eran muy diferentes a la realidad que me esperaba al entrar al servicio. Y el problema no es de los camerinos pequeños. El problema está en las personas que trabajan allí, en la atmósfera. El equipo artístico es fenomenal. Pero los jefes… Tenía la sensación de que me encontraba en un teatro soviético de los inicios de los años 50 del siglo pasado. Una visión encallecida sobre el trabajo, me faltaba libertad. Diríamos: estás dándote golpes con la cabeza contra la pared, pero no te oye nadie. Ese es el sistema. Y no quiero vivir en un sistema. Quiero cantar.
Con todo lo que ha ocurrido en nuestro país a lo largo de este mes… ¿Qué siente?
Me parece que hoy día todos los belarusos normales (y yo también lo soy) experimentan todo un espectro de sentimientos. Desde el amor hasta el odio. Y nosotros tenemos que superar todas estas pruebas conservando la dignidad. Estoy segura de que antes o después todo esto tendrá fin porque el bien siempre vence al mal. Atravesando todo esto nos hacemos más sabios, recibimos experiencias que en adelante nos permitirán vivir sólo con el amor en nuestros corazones.
Muchos dicen que las belarusas en esta situación se descubrieron de manera diferente. ¿Qué piensa?
Desde la niñez nos enseñan que tenemos que estar calladas. Incluso hay un dicho bastante extraño: «Calla, mujer, tu día es el 8 de marzo». ¿Qué es eso? Yo no festejo este día para nada y toda mi vida intento demostrar que las mujeres son incluso más fuertes que los hombres.
Sé defenderme. Y estoy con mis amigas que no lo saben hacer. Las acompaño, las apoyo. Digo. «Échale todo en cara, da un puñetazo contra la mesa». Y ella me contesta: «No puedo…» Y yo puedo. Soy fuerte y decisiva. Como mi tata, Piotr Liawchuk. Tengo su carácter y su apellido que no cambiaré nunca. Seré sólo Liawchuk. Bueno, tengo un pecado: me casé y cambié de apellido. Pero tuve suerte, me divorcié y todo volvió a ser como tenía que ser.
¿Y no le entra miedo?
¿Por qué piensa que no me entra miedo? Me entra. Cuando veo a los agentes policiales no me siento cómoda. Ves al policía y piensas: «Viene a por mí». Aunque sé que no he cometido ningún delito. Antes de salir de casa pienso que tengo que ponerme algo más abrigado. Soy friolera y si me detienen pasaré frío en el calabozo. Nunca me había imaginado que estas ideas se iban a cruzar en mi cabeza. Pero esa es la realidad.
Miren, nuestros antepasados sufrieron los horrores de la guerra durante cuatro largos años. Uno de mis bisabuelos llegó hasta Berlín, el otro fue matado por sus compatriotas, los colaboracionistas.
Y nuestra generación también está atravesando una situación complicada. Ningún belaruso, pienso, puede estar seguro. Pero si los antepasados superaron todas las desgracias, nosotros las superaremos también. A veces me entra apatía, pero me animo yo misma y digo (es muy importante animarse a sí mismo) que todo va para bien.
También ayuda mucho el apoyo de los demás. Aunque sea con palabras buenas. Simplemente diga a su amigo «Estoy contigo». Cada día por la tarde con los vecinos salimos a la calle y encendemos linternas. Y entra paz en el corazón. Porque no estás solo.
¿Hay alguna obra que no tenga fuerzas para cantar ahora?
«Ave, María». Siempre nos enseñaban: sales al escenario, te metes en tu papel, pero no lo asocias contigo. Debe llorar el público, no tú, así debe ser un artista. Pero no siempre llegas. Muchas veces he cantado «Ave, María»: trabajo en el Palacio de Niasvizh, y podemos cantarla para los turistas todo el día en la capilla. Pero pasó un tiempo y canté «Ave, María» en un concierto en el lago Mínskaye Mora, pocos días antes de las elecciones. Empiezo y se me saltan las lágrimas. Porque me duele el alma por todo lo que está ocurriendo, por mi pueblo. Estoy llorando yo, está llorando todo el mundo, no puedo cantar. Y me odio en estos momentos…
El 19 de septiembre tengo un concierto solidario, Lux Aeterna, en la Catedral Roja donde voy a cantar también «Ave, María». Y ya estoy sintonizándome a mí misma para ser una profesional y no hacer aguas.