Yo salvaba a los belarusos del coronavirus, pero acabé en un furgón policial en un charco de sangre
5 octubre 2020 | Maryia Meliójina, KYKY
El fundador de la iniciativa BYCOVID-19 y miembro del Consejo de Coordinación Andréi Tkáchaw fue detenido los primeros días de las protestas tras las elecciones: a Andréi le pegaron en el furgón policial hasta perder el conocimiento; tres semanas después de haber sido liberado, todavía no puede levantar el brazo derecho más allá del nivel del hombro. Ha perdido la sensibilidad en dos dedos, así como (parcialmente) la piel de una de las rodillas. Andréi es entrenador de rehabilitación de profesión, por lo que, según dice, se las arreglará para recuperarse. Pero ahora en su país se enfrenta a la amenaza de una causa penal, por lo que se ha visto obligado a exiliarse. Seguimos con el relato en palabras del propio Andréi.
Parte 1. El nacimiento de la solidaridad
Cualquier actividad no estatal en Bielorrusia no es bienvenida ni fomentada, por lo tanto, todo lo que he hecho hasta ahora y sigo haciendo se basa en mi propio entusiasmo. Mi carácter es así: no puedo quedarme al margen de los eventos que me provocan una fuerte respuesta emocional. La iniciativa BYCOVID-19 comenzó al darme cuenta de que el estado no «eliminaría» las consecuencias de la epidemia sin ayuda externa. Y fuimos el eslabón que respondió con más celeridad a esta amenaza: sin burocracia y sin demoras. Como un escuadrón de respuesta rápida que podía comprar y llevar todo lo necesario al hospital en 24 horas. El Ministerio de Sanidad, con toda su burocracia, habría tardado semanas.
Por supuesto, tuvimos que interactuar con el sistema estatal, pero eran otros tiempos. Luego, las autoridades de alguna manera intentaron comunicarse con la sociedad civil y las empresas. Y la epidemia comenzó a disminuir, mejoró la situación con la provisión de los médicos: se establecieron canales de suministro. Y a finales de junio suspendimos nuestro trabajo. Pero fue esta historia con la COVID-19 la que se convirtió en el prólogo de la increíble solidaridad de los belarusos que vemos hoy.
Incluso antes de las elecciones, estuve de cerca toda la actividad política. Tenía dos favoritos, Tsepkalo y Babariko, personas razonables e inteligentes. Y me di cuenta de que las cosas podrían ser diferentes en el país. Luego arrestaron a Víktor Babariko y comenzaron las protestas, las cadenas de solidaridad. También asistí a ellas, pero logré evitar que me detuvieran. Más tarde se dio la historia de la unificación de tres sedes, y eso fue muy inspirador.
Y cuando se anunciaron los resultados preliminares la noche del 9 agosto, que Lukashenka había ganado un 80%, esta cifra absurda indignó a todos. Nos pareció que si entonces tomábamos las calles y mostramos nuestro desacuerdo, ganaríamos. Desafortunadamente, todo resultó no ser tan simple. El sistema, que se ha estado construyendo durante 26 años, lanzó una vez más el mecanismo de represión en un intento de pisotear las esperanzas y los sueños de los belarusos de tener un futuro brillante.
La noche del 9 agosto, la gente comenzó a salir y avanzar hacia la estela. Yo también salí. Fue una protesta pacífica: el ambiente era festivo, muchos iban con banderas blancas, rojas y blancas. Pero en cierto momento, ya de camino a la estela, escuché las explosiones de las granadas aturdidoras, no se pueden confundir con nada, lo sé porque juego al paintball. Pero la gente siguió caminando de todos modos y se tropezó con un cordón de policías antidisturbios. Nadie intentó atacar, no hubo agresión del lado de los manifestantes. Todos coreaban: «La policía con el pueblo», «Antidisturbios, dejad los escudos», etc. Yo estaba justo delante de los escudos cuando empezó la dispersión violenta de la protesta. Empezaron a resonar de nuevo las granadas aturdidoras, se oyeron disparos. Los chicos y yo nos apartamos y nos fuimos corriendo por los patios, así pasó todo.
Parte 2. Detención y departamento policial
La mañana del 10 agosto me llegaron las noticias de los heridos y golpeados gracias al VPN. Y la pregunta principal era: ¿saldrá la gente el segundo día de protestas? En 2006 y 2010, las principales protestas fueron el día de las elecciones. Luego, los disidentes fueron golpeados, encarcelados y la protesta se desvaneció. Por tanto, había poca confianza. Por la noche, acordé con mi amigo Kim Mazur, también voluntario de BYCOVID-19, conducir un automóvil por la ciudad para ver cómo se desarrollaban los eventos.
Llegamos a la estela. Ya había una gran cantidad de oficiales de seguridad, hidrocañones y equipación especial. Luego entramos en uno de los patios de la calle Rákawskaya, donde vimos a un amigo en común. Aparcamos el coche y salimos a saludar. Tardamos unos minutos, después de lo cual volvimos a subir al coche, pero el paso estaba bloqueado por un autobús azul sin matrícula. La policía antidisturbios salió de allí, llamó a la ventana y nos hizo un gesto para que saliéramos. Nos metieron en este autobús azul, nos llevaron a la estela, y allí ya estábamos metidos en el furgón. Durante la carga, recibimos varios golpes, pero no fue crítico.
Como resultado, nos llevaron al Departamento de Asuntos Internos del distrito de Partyzánskaye. Al descargarnos, los policías antidisturbios hicieron un pasillo vivo y organizaron un llamado «arrolluelo». Uno arrojó a una persona desde el furgón, y el segundo lo golpeó inmediatamente en el estómago. El hombre se «dobló». Y en esa postura, «la cara hacia el suelo, las manos detrás de la espalda», tenía que pasar por el «pasillo».
Después de eso, nos pusieron de rodillas, boca abajo mirando al suelo, directamente sobre las losas del pavimento. Tan pronto como alguien intentaba levantar la cabeza o moverse, inmediatamente le daban un garrotazo en la espalda. Éramos 60, y yo fui uno de los últimos en ser levantado de la pose de rodillas. Cuando me dijeron que me levantara, no pude hacerlo. Por primera vez en mi vida, mi propio cuerpo no me obedeció. Es una sensación extraña cuando en lugar de piernas tienes dos macarrones que no puedes ni doblar ni enderezar. Creo que después de eso fue cuando se me quedó esa área insensible en mi rodilla.
Luego me llevaron agarrado de los brazos al sótano, donde un agente de civil con una pistola al costado estaba dando órdenes. Tanto la policía antidisturbios como el departamento de policía le obedecían. Lo recuerdo bien: si lo veo, lo reconoceré de inmediato. Ordenó a todos que volvieran a arrodillarse, pero, cuando se fue, los policías nos permitieron levantarnos. Y, en principio, la mayoría de los policías comunes no nos tocaron, nos trataron con simpatía y educación.
Luego se hizo un inventario de la propiedad: uno a uno nos fueron llevando a una especie de salón de actos, que también estaba en el sótano. Cuando se completó el trámite y todos los jefes se fueron, uno de los empleados permitió que todos fueran donde sus pertenencias personales, encendieran el teléfono e hicieran una llamada. Creo que esto es una tontería e incluso una especie de milagro. Luego logré llamar al abogado y decirle dónde estaba. Y en principio, este agente de guardia nos animaba, nos hablaba como a personas. Era evidente que estaba de nuestro lado.
Al final de su turno, ese policía nos dijo: «Con mis ideas no voy a aguantar mucho más aquí. ¡Chicos, resistid! ¡Vamos a ganar!» Querría volver a verlo para darle la mano.
Y también ayudarle a encontrar un nuevo trabajo a través del fondo de solidaridad.
Pasamos la noche en ese salón de actos del departamento de policía. Nos trajeron agua y nos llevaron al baño. Pero más cerca de la mañana llegó uno de los jefes de la dispersión nocturna. Irrumpió con armadura y casco y comenzó a golpearnos a todos. Muchos ya estaban dormidos: algunos sentados, otros acostados. Más tarde supe que la noche del 10 al 11 agosto se habían producido los enfrentamientos más violentos con la policía antidisturbios.
Nos volvieron a poner de rodillas, de cara al suelo con las manos detrás de la espalda. Nos cayeron golpes e insultos malsonantes. El jefe gritaba: «Animales, ¡¿cómo os atrevéis a levantar la mano a la policía?!» Cuando se fue, los oficiales de policía nos permitieron tomar una posición cómoda, pero nos advirtieron de que, si la policía antidisturbios venía, estaríamos en problemas. Por lo tanto, uno de los policías se puso de guardia en la puerta, y en ese momento pudimos estirar un poco nuestras extremidades. No sabíamos qué esperar ni qué horrores estaban pasando esa noche en la calle Okrestina, así que creo que tuvimos suerte.
Parte 3. El camino sangriento al centro de aislamiento
He tenido detenciones administrativas y arrestos antes, y sabía aproximadamente lo que sucedería. Pensé que nos llevarían a los tribunales… En 2011, por primera vez, me llevaron tras una protesta y me incluyeron en la lista de personas políticamente poco fiables. En 2014 fue el Campeonato Mundial de Hockey, aparentemente, decidieron revisar estas listas. Me acusaron de vandalismo menor, dijeron que caminaba por la calle, decía palabrotas, agitaba los brazos, y además, no obedecía las demandas legales de los oficiales en ejecución que supuestamente estaban allí. Aunque no fui a ninguna parte, no insulté a nadie y no peleé con nadie. Esta vez pensé que todo iría de acuerdo con el mismo esquema: cumpliré 15 días, no es gran cosa. Pero la situación comenzó a desarrollarse de manera diferente.
Aproximadamente a las 11 o 12 del día del 11 agosto nos llevaron al patio del departamento de policía con nuestras pertenencias personales. Y me di cuenta de que ahora estábamos j*didos. Allí ya estaban aparcados dos furgones policiales y había policías antidisturbios con uniformes completos, pasamontañas y las porras preparadas.
Nos colocaron en dos filas a lo largo de la pared con las manos detrás de la espalda. A mi lado estaba Kim. Y llamábamos mucho la atención con nuestros tatuajes, y yo además tengo el pelo largo. Para ellos una persona así es un fascista que hay que matar. Y otra vez estaba ese tío «de paisano» que ya había visto en el sótano. Nos señaló y dijo: «A esos les corresponde el programa especial». Se nos echaron encima inmediatamente y empezaron a golpearnos.
Después nos esposaron a todos con esposas de plástico y empezaron a tirarnos a los furgones policiales. El «arroyuelo» se repitió: la policía antidisturbios hizo pasar de nuevo a través del pasillo de porras. En el furgón policial teníamos que arrastrarnos de rodillas sobre las personas que ya estaban tendidas en varias capas. Alguien también se acostó sobre mí y mis piernas estaban cubiertas, por lo que la mayoría de los golpes cayeron en mi espalda y cabeza.
Nos golpearon sin piedad. Me sentí como si hubiera durado una eternidad. Nos gritaron que éramos unos perros corruptos que queremos destruir el país. La gente intentó objetar algo, pero cuanto más discutías o gritabas de dolor, más te pegaban. Apreté los dientes y no dije nada. Pero escuché a hombres adultos aullar y gemir de dolor, algunos de ellos se desmayaron. Kim también recibió muchos golpes: lo arrojaron a la esquina más alejada del vehículo y dos policías antidisturbios casi lo remataron por completo. Antes de salir, nos volvieron a contar «por cabezas»: nos daban un golpe con la porra y teníamos que gritar nuestro número. Si no gritábamos lo suficientemente fuerte, nos daban de nuevo. En el furgón había 18 personas.
Después dieron un portazo y nos llevaron a Zhodino escoltados por agentes de Tráfico. Estábamos tumbados por capas, todos sudados, llenos de babas y de orina de cara al suelo. Intenté abstraerme lo máximo posible e incluso meditar, pero no me sirvió de mucho. Estuvieron pegándonos todo el camino. Se hacían llamar «la brigada de obras», y «hacían obras de ingeniería» a la gente, es decir intentaban hacernos entrar en razón de ese modo.
Además de pegarnos, los antidisturbios nos caminaban por encima. En cierto momento, uno me pisó el cuello y empezó a hacer presión. Perdí el conocimiento. No sé cuánto tiempo pasó hasta que volví en mí. Me echaron agua fría por la cabeza y me desperté.
Después de eso, dejaron de pegarnos. O bien se asustaron de que podrían haberse pasado, o bien pensaron que ya habían logrado su objetivo, porque no fui el único que perdió el conocimiento. Es como si tuvieran un botón en la cabeza: «violencia on» y «violencia off». Y en ese momento se pusieron en «off». Empezaron a aflojarnos las esposas de plástico, que estaban tan apretadas que teníamos las manos azules. Pero eso lo hizo solo uno de ellos, a los demás les daba igual. Eso me causa dudas sobre si todos son fieras. Puede que queden algunos con rastros de humanidad.
Parte 4. Zhodino y el «poli bueno»
Después de algún tiempo, la gente del furgón comenzó a quejarse: algunos no sentían las piernas; otros, los brazos; otros se encontraban mal. Y a algunos incluso se les permitió sentarse, sacaron algunas botellas de agua y las dejaron circular, tocamos a un sorbo por persona. Y luego empezaron a hablarnos de forma humana. Como si nada hubiera pasado antes. No lo entiendo: ¿cómo puedes cambiar tan rápido de un estado en el que estás matando a una persona antes de hablar de corazón a corazón con él?
Los chicos del furgón comenzaron a contar sus historias: dónde trabajaban, dónde fueron detenidos y por qué. Si alguno decía que se lo llevaron por accidente, le respondían: «Has tenido mala suerte». Estaba claro que los agentes habían sido manipulados ideológicamente. Tenían plena confianza en que todos éramos enemigos a sueldo cuya tarea es destruir el país y venderlo a Occidente. Se veían a sí mismos como los salvadores de Belarús, para ellos era una misión honorable. Fue inútil intentar persuadirlos. Es cierto que uno de ellos se quitó el pasamontañas y encendió un cigarrillo. Todos vimos su rostro, eso no le daba miedo. Y uno de los detenidos lo reconoció: entrenaban en el mismo gimnasio con el mismo entrenador. Y ese policía antidisturbios dijo: «Me da igual Lukashenko que Tikhanovskaya. Voy a seguir haciendo lo que hago mientras me sigan pagando».
Entonces llegamos a Zhodino y nos pusimos a esperar nuestro turno: había muchos furgones. Nos estuvieron asustando durante la espera: «Ahora sí que estáis j*didos, os van a dar una paliza total». Pero los guardias nos recibieron con calma: por primera vez caminamos con normalidad, y no con la cabeza hacia el suelo y con las manos en alto. Es cierto que entraba mucha gente, no pudieron hacer frente a tal flujo. Por lo tanto, primero nos llevaron al patio de ejercicios, estuvimos allí durante varias horas. Pero no nos golpearon, no nos humillaron y nos dieron un balde para ir al baño.
Allí, junto a la pared de este patio, casi volví a perder el conocimiento, comencé a sentirme mal y mareado. Esto es un síntoma de TBI y conmoción cerebral. Uno de los guardias incluso insultaba a los antidisturbios, los llamó «escoria acabada» cuando vio en qué estado llegaban las personas detenidas.
Después a nosotros, éramos 30 personas, nos pusieron en una celda diseñada para diez. Kim y yo nos quedamos en la misma cámara, donde estaba también Sasha Vasiliévich [cofundador de KYKY, propietario de la agencia de publicidad Vondel, preso político – Nota de KYKY]. Nos separamos literalmente media hora. Sí, estábamos apretados, por eso algunos tuvieron que dormir en el suelo. Pero Kim y yo pudimos ocupar «la caja de la palmera» nos «colocamos» en la litera superior.
En general, nos trataron bien en el centro de aislamiento: no nos pegaban, nos alimentaban, incluso me inyectaban anestésicos y antieméticos, y también me dieron un blíster de ibuprofeno. Comparado con Okrestina, era un centro turístico.
Parte 5. Puesta en libertad
El 14 agosto, luego de tres días de arresto, de repente comenzaron a liberarnos. Sabíamos que venían los tribunales, se arrancó una cinta automática de sentencias. Varias personas de nuestra celda fueron condenadas. Muchos, incluido yo, no. Según la ley, después de tres días, si no hay un veredicto judicial, la persona debe ser puesta en libertad. Y así sucedió.
Fuimos liberados en pequeños grupos de entre 3 y 5 personas. Cuando salí por la puerta del centro de detención, estaba confundido. Primero, aire fresco. Segundo, había un gran número de personas: familiares y voluntarios. Cuando caminaba entre la multitud, era como en una película de guerra. La gente sostenía fotografías en las manos y me preguntaba entre lágrimas si había visto a alguno de sus seres queridos.
Entonces llegué a los voluntarios, vi a mis amigos y el campamento. Y mi primera pregunta fue: «¿Se ha desinflado la protesta?» Pero me tranquilizaron y me dijeron que iba en aumento.
Un día después, fui al hospital Nº6 de Minsk para un examen médico, pero al final no escribí una declaración al Comité de Investigación. Me diagnosticaron una lesión en la cabeza, conmoción cerebral, hematomas extensos, pero esto no es nada comparado con lo que vi tras las paredes de Okrestina, donde fui después. Las personas lisiadas con horror en sus ojos salieron por la puerta del centro de aislamiento. Muchos salieron corriendo, sin esperar ayuda. Luego resultó que se sintieron intimidados: pensaban que, si contaban algo, sus seres queridos serían asesinados.
Parte 6. Salida del país
El 16 agosto tuvo lugar otra marcha dominical en Minsk. El abogado me prohibió estrictamente participar en ella. En primer lugar, podrían haberme llevado a la corte en cualquier momento para darme oficialmente días de cárcel y, en segundo lugar, una segunda detención podría dar lugar a un proceso penal. Sin embargo, no pude resistirme y decidí dar una vuelta por la ciudad al menos en coche. Y vi una cantidad increíble de gente. Y conduje entreabriendo la puerta del auto, sosteniendo una bandera sobre mi cabeza y llorando. ¡Los belarusos son c*jonudos! Y a pesar de toda la ola de anarquía y violencia, la lucha continúa, ¡nadie tiene la intención de darse por vencido! La frase «mi casa está a un lado» [equivalente belaruso de «yo soy músico y me acuesto a las ocho» – Nota de la traductora] ha dejado de tener relevancia.
Después de eso, me uní más activamente al movimiento voluntario, comencé a asistir regularmente a todas las acciones de protesta y marchas dominicales, a hablar sobre la situación en el país a los medios internacionales. Y después de una de estas marchas, cuando el abuelo [Lukashenko – Nota de la traductora] andaba corriendo con un fusil sin cámara, el abogado me aconsejó que mantuviera un perfil bajo o me fuera del país. Hubo información de que comenzarían a apretar los tornillos contra blogueros y activistas. Y esta información me llegó de tres fuentes diferentes, incluido el Comité de Investigación.
Hasta el último momento no quise irme de Belarús. En ese momento, ya había cooperado con el Fondo de Solidaridad para brindar asistencia a los belarusos que sufrían represión. Y desde la cárcel no habría podido ayudar a nadie más. Esta cooperación comenzó con la incorporación al Consejo de Coordinación. Allí me dediqué a identificar a las personas involucradas en la tortura, organizar la asistencia para la rehabilitación y escapar al extranjero, brindar asistencia financiera a los reprimidos. «Las autoridades» no me lo habrían perdonado.
Por lo tanto, cuando se supo sobre el inicio del proceso penal, se fue a Ucrania. De hecho, tuve solo unas horas para hacer la maleta e irme. Pero también tenía un plan B: huir a Rusia metido en un maletero (se ríe).
Ahora sigo prestando ayuda a través del fondo de solidaridad. Mi principal público son los deportistas, son los que me resultan más cercanos: tengo muchos contactos y conocidos en el mundo del deporte. Por supuesto, mi estado de ánimo oscila entre «vamos a ganar» y «nunca más podré volver a casa». Pero estoy decidido. No planeo más allá de dos o tres semanas en el futuro. Vivo de una maleta abierta, pero metafóricamente, porque me fui sin casi nada.
Lo principal hoy es detener la violencia, realizar una investigación honesta e independiente para que los delincuentes uniformados no se sientan impunes. Las autoridades aún no entienden que han abierto la caja de Pandora. Y reprimir la brutalidad incontrolable de las fuerzas de seguridad no será fácil ni siquiera para ellos mismos, si nada cambia. Viviremos en un país de «intocables» que tienen licencia oficial para torturar, golpear y matar. Además, la violencia se puede utilizar contra todos y en cualquier momento; nadie está asegurado: ni los ex agentes de la ley, ni los médicos, ni los periodistas, ni los atletas. Lo vemos hoy. Todos los días, las llamadas autoridades tocan fondo de nuevo: el mismo arresto de la jugadora de baloncesto Aliena Liéwchanka, lo que sorprende a toda la comunidad deportiva.
Pero me alegro de que la protesta ya no pueda reprimirse, la gente seguirá saliendo, nadie tiene la intención de rendirse. Este es un fenómeno único de autoorganización de la sociedad civil. Y la represión solo alimentará el resentimiento. Hoy el mundo entero está observando a Belarús: hay una ola increíble de apoyo y solidaridad. Por tanto, no tenemos otra opción que ganar.